miércoles, 20 de noviembre de 2013

Lo efímero

Nota de la autora: Presenté este cuento en la tercera edición del Premio Itaú Cultural al Cuento Digital. Lamentablemente no llegó a ser finalista, pero el cuento obtuvo una crítica positiva del jurado ("Es destacable la apuesta por el género epistolar"), y, según parece, la competencia estuvo dura, ya que muchos grandes escritores se presentaron también. En realidad, esta versión es un poco más larga que la que presenté al concurso, pueden ver la versión reducida aquí. Espero que les guste.


Lo efímero 


Mi queridísima hija:
Es un día lluvioso en París. Luego de haber escuchado tus arcadas en el baño te has acostado a dormir. Como siempre, has abierto el grifo y la ducha, para que el sonido del agua que fluye oculte la comida que violentamente abandona tu cuerpo, como si realmente fueras tú lo suficientemente ingenua como para creer que no me he enterado que es una mentira eso de que no sufres más de bulimia, así como piensas que no revuelvo la basura para encontrar las jeringas que utilizas para inyectarte heroína envueltas en servilletas. Te cuesta entregarte a los brazos de Morfeo, pero al final, luego de un par de horas, comencé a escuchar tus intranquilos ronquidos.
En algún punto he encendido la televisión. Su luz espectral me encandiló al principio, para luego revelar un hermoso bosque iluminado por la luna. Y apareciste tú en la imagen, estabas caminando por un sendero de ese bosque, hermosa niña perdida, y lucías el glamour de tu confusión. Usabas un vestido muy bonito, si mal no recuerdo era de Galliano, naranja como una furiosa llama, en calculado contraste con tus fríos ojos azules, metálicos, que, como bien sabes, a veces pueden parecer hostiles. La parte inferior del vestido estaba estratégicamente desgastada para mostrar tu supuesto recorrido por el bosque, y tenía trozos de tela verde musgo adheridos para parecerse a hojas que se iban enredando a tu vestido. Tus níveos pies estaban descalzos, con las uñas pintadas del mismo azul que tus ojos, y parecían reflejar la misma luz de luna, que en realidad no era verdadera luz de luna sino una más perfecta recreación de estudio.
Y encontraste un hombre, más hermoso no lo podrían haber elegido, y casi tropiezas para caer sobre sus brazos. El tropiezo, por supuesto, era para parte del guión, y lo hiciste de una forma llena de gracia. La tensión sexual entre ustedes dos se palpaba. Recordé lo incómoda que sentí la primera vez que vi esa parte del comercial. Sé que esa interacción era solo parte de tu trabajo, pero ¡es tan difícil aceptar que ya no eres una niña! El contacto con este misterioso señor solo dura unos segundos. Una fuerza desconocida parece atraerte hacia delante. Antes de alejarte del hombre, sin embargo, lo miras con una mirada cargada de emoción. Si alguien tratara de traducir esa emoción que se encuentra en tu mirada al lenguaje literario con todos sus matices, probablemente acabaría escribiendo un libro con el grosor de una novela rusa. Es una mirada que comunica desolación, decepción por tener que partir, un corazón roto por tener que despedirse, pero no puedes quedarte. Algo más trascendente te llama. A veces sueño con esa mirada, hija mía, pero, en vez de dirigírsela al hombre, eres a mí a quien miras así. Tu mano y la del hombre se encuentran en un último amague de querer aferrarse, y todo parece un fresco de Miguel Ángel: Dios a punto de hacer contacto con la mano del hombre. Pero tú te separas, sigues tu camino, mi preciosa Adelaida, hasta llegar a un claro del bosque. En el claro hay seres surreales, parecen de otro mundo, parte de un sueño. Es como la escena de algún cuadro perdido de Leonora Carrington: perturbadora, pero pacífica a la vez. Estás rodeada de hadas, nada menos. Quienes las realizaron por computadora son unos verdaderos artistas. Y tú, tú te ves tan sorprendida, Addie, pero al mismo tiempo pareces llevar toda la vida presintiendo que esto iba a pasar. Tú también eres una artista, mi pequeña, es increíble todo lo que eres capaz de evocar con tu rostro y tu cuerpo, ¡y sin que nadie te lo haya enseñado nunca!
En medio de las hadas, se encuentra el perfume de la compañía que te pagó una generosa suma de dinero para que realices ese comercial. Una pequeña lagrimilla surca mi mejilla. Ver esta publicidad me llena de orgullo. Además de amor maternal, hay algo de mi propio ego en ese orgullo, porque fue mi vientre el que produjo al ser tan etéreo que ayudó a hacer algo tan hermoso. Tú también estás orgullosa de ese comercial, mi cielo, a tu manera, por supuesto. Te escucho alardear a menudo sobre el director con el que trabajaste, sobre el vestido que usaste, sobre los diseñadores que conociste y el modelo con el que trabajaste. Es impresionante el conocimiento enciclopédico que tienes sobre tu industria. Es inigualable el brillo en tus ojos que aparece cuando hablas de tu oficio. Se nota que no hay nada en el mundo que te haga tan feliz. Pero ser modelo te hace tanto daño, hija mía, y no puedo protegerte de el dolor que te produce, ese que te lleva a vomitar todo lo que comes y a entregarte al “no ser” de la heroína.
No me dejas ayudarte. Yo misma a veces no me permito auxiliarte, porque lo que debería hacerse por tu bien es que abandones de una vez el modelaje, pero eso te destruiría. Tu labor artística te absorbe y te vuelve un ser extremadamente egoísta. ¿No sabes todo lo que me haces sufrir? Hace ya más de seis días que te veo, y puedo ver tu belleza, sí, como siempre, pero también te veo descansando en paz, eternamente joven y bella, como sé que en el fondo quieres, en un ataúd de mármol forrado en terciopelo carmín. Ya estoy como entregada a mi destino, mi tesoro. Tendré que abandonar mi maternidad. Es demasiado para mí, hijita. Nadie debería verse obligado a considerar seriamente la mortalidad de su prole, es una de las peores torturas que se pueden infligir al ser humano. ¿No entiendes que esta carta es un último grito de desesperación?
Eres hermosa, mi vida. Quizás una de las jóvenes más hermosas que han pisado esta tierra. Cuando te ven en revistas, otras chicas pagarían el dinero que no tienen por verse como tú, es más, el hecho de que existan chicas como tú fomenta el existir de la gran industria de las cirugías plásticas. Los hombres que se tropiezan con tu imagen terminan teniendo sueños eróticos contigo como protagonista. Tus propias colegas te envidian, y entran al mismo juego que tú, a ese póker en contra del cuerpo que las coloca al borde de la muerte, tratan de ser más pícaras que sus sistemas digestivos, cuando al final siempre juegan para perder, y tú y ellas lo saben. Pero tus colegas no entienden (y, al parecer, tú tampoco) que pueden ser más delgadas que tú, pero jamás igualar el alma que se transparenta en tus ojos, tu rostro y tus movimientos. Ellas son simples seres animados, tú pareces algo frágil y hermoso que viene de otro mundo.
Aunque, si tengo que ser sincera, el día en que naciste ya intuía cuál iba a ser tu destino, con todas sus grandezas y todo el dolor que me traería. Eras tan frágil, incluso más frágil que otros recién nacidos. Te trataba como si estuvieras hecha de cristal, y luego soñaba que te convertías en una muñeca de porcelana que encontraba su lugar al precipitarse en el suelo y volverse añicos. Tu respiración era como la más tenue y débil brisa, creo que la controlé más a menudo que una madre promedio.
Tú entiendes tu fama y tu belleza a un nivel intelectual, pero no a un nivel emocional, no has dejado que lo bueno de tu vida tome residencia permanente en tu corazón. En tu corazón, nunca harás las paces con tu cuerpo, ni contigo misma. No creas que te creo cuando caminas por la pasarela mostrando una actitud invencible y confiada, sé que es todo actuación. No creas que soy ciega al hondo desprecio con el que miras tu reflejo, tus pómulos, tu abdomen, tus caderas, tus muslos. Me partes el corazón, hija. Y sigo sirviéndote verduras y bistec, como una reverendísima tonta. Sé que todo va a parar al inodoro. Y te sigo dando dinero, con miedo de que te pierdas y debas tomarte un taxi, con miedo de que te agarre hambre y quieras comer algo (que luego se quede en tu estómago, porque así de ingenua y optimista soy), pero sé que gastas ese dinero con los narcos.
Te me estás escapando de las manos. Traté de salvarte. Fuiste a rehabilitación para tus dos problemas en conjunto, pero no poder hacer tu arte te llevó a un horrible intento de suicidio. Estoy entregándome, ahora, a la resignación, a verte infeliz, pero menos infeliz que en ese hospital (¡que en realidad era tan indispensable para ti!). Eres como un ave que va volando directamente a la boca de su depredador, pero, si te trato de enjaular para que no alcances tan terrible destino, morirías de angustia. Representas un peligro enorme para ti misma, y no hay nada que pueda hacer al respecto. Yo, que nunca fui religiosa, rezo todos los días para que se te conceda un día más de vida, y para que a mí se me conceda un día más como tu madre. Rezo para que tu conciencia te convenza de que debes dejar de matarte, ya sea deliberada o gradualmente. Me siento tan débil. Ya no hay nada que pueda hacer para ayudarte, no me escuchas ni me haces caso.
Eres como una frágil y etérea mariposa, símbolo de lo efímero, de lo hermoso que desaparece demasiado pronto… Tú, mi querida hija, mi hermosa mariposa, te vas a convertir en polvo.
Lamento no poder ser la madre que te mereces. Lamento no poder hacer nada para salvarte. Lamento haberte permitido fotografiarte aquella vez a lo topless, en el fondo no estabas lista para eso y ambas lo sabíamos. Lamento haber permitido que esta y otras tantas ocasiones te hayan enseñado la errada lección de que una mujer solo encuentra su valor en su apariencia. Lamento no darte un mejor ejemplo de vida. Lamento no estar furiosamente destruyendo todas las fotos de mujeres enfermizamente delgadas, que tú y tantas otras toman como desafortunado ejemplo. Lamento no estar quemando toda la heroína que existe en grandes piras. Lamento no haber golpeado a todos lo que te dijeron que no podían trabajar contigo porque no eras lo suficientemente delgada.

Perdón, hija.

Sabes que te amo. Eres la razón de mi existir.

Y no puedo salvarte.

Por favor, sálvate a ti misma antes de que sea demasiado tarde.

Por favor.

Mamá

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